martes, 13 de agosto de 2013

En la escala del amor, la mujer está unos peldaños por encima del hombre. El día en que el amor domine sobre la violencia, la mujer será la reina del mundo. Flora Tristán

Mujer + Literatura = Tragedia

Cip/Her/ed

La eterna utopía de lo femenino: La mujer, analizada desde cualquier perspectiva y contexto, es un dilema, nace cifrada. Y no tendría porque ser distinto en el contexto literario. Debido al ser que es, dotado de un ímpetu emocional primigenio e insaciable, el amor se torna su necesidad primaria. Así resulta que, justamente que esa profunda necesidad de amor es la que la guía por la orilla del abismo del eterno desamor y la causa de muchas de sus aflicciones . Por lo tanto son, el amor y su “evil twin” el desamor, quienes encuentran morada en el corazón de las mujeres, anidan allí, se alojan ahí para nutrirse de ella, para complejizarla más de su ya complicada naturaleza biológica y dentro de su confuso y violentado rol social. De esta manera, sin intención de sonar axiomática, es el amor/desamor “el gran culpable” de la situación, así ha quedado grabado en la historia de la literatura y de la humanidad misma.

Podemos dar un paseo por la historia de la literatura y es sencillo descubrir un sin número de casos extraños, historias clínicas, psiquiátricos, manicomios, suicidios, linchamientos, obra subestimada sin razón u otros. Incluso la recurrente situación que hasta hoy en día sigue refrendándose: el uso del pseudónimo masculino para lograr conseguir un lugar en los, ya de por sí contraídos y herméticos, círculos literarios. Ahí el caso de Caterina Albert, escritora española que consiguió que su monólogo “La Infanticida” fuera premiado bajo el alias masculino de ”Víctor Catalá“. O el de la escritora suiza Isabelle Eberhardt, cuya familia se transformó al islamismo y quien fue más allá del pseudónimo, ya que también se disfrazaba de hombre para poder debatir con los intérpretes designados de la religión y las leyes islámicas. Continuando, con lo que al nombre refiere, Zelda Sayre, joven millonaria que se casaría con el famoso Scott Fitzgerald y adoptaría en Zelda Fitzgerald una maldición que opacaría sus deseos de ser artista para siempre, gracias a vivir detrás de una luminaria de su tiempo, Scott, quien dicho sea de paso la engañaba y sobajaba constantemente; así, sus dos intentos de incursionar en las artes, en la literatura primero y luego en la pintura, terminaron en ser rotundos fracasos. Del mismo modo, el caso de la madre de la ciencia ficción Amy Shelley, porque la ciencia ficción tiene una madre y no un padre, la autora de Frankestein novelista a la cual persiguió la tragedia aún después de muerta, ya que hoy en día pocos saben que una mujer inauguró un género literario que hoy es copado por hombres.

Se cree que todo comenzó con Safo, quien inauguró la tragedia lanzándose al vacío desde la roca Léucade, en la isla griega del mismo nombre y sobre la cual corre el fuerte mito de haber sido muy recurrida por los enamorados no correspondidos de aquella época, quienes elegían lanzarse desde allí al vacío para dejar su último aliento en los acantilados de tiza blanca y el mar Jónico. También tenemos a Hypatia, quien alcanzara el puesto de directora del Museo de Alejandría, a principios del siglo IV D. de C. pero que muriera linchada por fanáticos cristianos de la época. Aspasia de Mileto, experta en retórica ateniense, es otro caso particular, ella logró acceder a los más altos círculos de su época gracias a su intelecto y audacia. Hoy se cree que el discurso más famoso de la literatura griega, atribuido a Pericles, en realidad fue escrito por Aspasia de Mileto. Sólo por mencionar brevemente algunos contundentes ejemplos como: Alejandra Pizarnik y Florbela Espanca con los barbitúricos, Dickinson de soledad, Platt con el gas y Storni en el mar: aunque esos son sólo algunos de los casos más conocidos sobre mujeres y tragedia en la literatura. Todas ellas poseen en común la condición de ser ahora reconocidas como verdaderos personajes dentro de esta disciplina.

Observando con atención podemos encontrar que las historias que relacionan “éxito”, mujer y la literatura, van de la mano del suicidio y muchas otras tragedias. En lo inherente al suicido, además de las ya mencionados, tenemos el caso Virginia Wolf, que se introdujo a las profundidades del río Ouse en Inglaterra. A María Luisa Cornejo, poeta peruana, quien cometió suicidio en 1972 cuando solo tenía 23 años y que con su corta vida logró cimbrar las estructuras machistas y patriarcales imperantes en la poesía peruana. Aparece también la figura de Sarah Kane, joven y célebre dramaturga inglesa, que con pleno goce reconocimiento literario se hace ingresar voluntariamente a un psiquiátrico y escribe su última obra antes de tomarse 200 pastillas, entre somníferos y antidepresivos, aunque alcanza a ser rescatada e internada en un hospital, a los tres días se ahorca en el baño de la habitación. Retornando a Latinoamérica, la célebre poeta colombiana María Mercedes Carranza, quién también decidiera ingerir antidepresivos y quitarse la vida en el año 2003, a pesar de contar con gran alto prestigio en la literatura colombiana.
En otros casos no tan populares está el de Zenobia Camprubí, poeta y traductora barcelonesa del siglo XXIX que se casó con el Premio Nobel español Juan Ramón Jímenez y dejó de lado su carrera por siempre para dedicarse en cuerpo y alma a traducir a su esposo, además ser su agente y cónyuge. Siguiendo con casos menos difundidos, podríamos hablar de “La latina”, forma en la que se referían a Beatriz Galindo escritora y humanista española, preceptora de los hijos de Isabel la Católica. Esta arrojada intelectual logró ser admitida a finales del siglo XXV en la Universidad de Salamanca, en un contexto histórico que no permitía a las mujeres educarse y adquirió fama como una de las mujeres más cultas de su época, sin embargo su nombre no figura lo justo y su obra se ha quedado un tanto olvidada, quizá simplemente por su condición de género. La misma Alda Merini, una de las mejores poetas italianas del siglo XX, escribió mucha de su obra desde el psiquiátrico donde estaba recluida por esquizofrenia, desde los treinta años solo salió en cortas estancias para dar a luz a sus hijos. Y el caso de la poeta y periodista francesa Miyó Vestrini, la de la lirica suicida, a los 53 años acabaría con su vida con bajo circunstancias extrañas.

En otro renglón tenemos la situación de la narradora suiza Annemarie Schwarzenbach, hija de industriales ricos, que desde niña fue considerada “rara” y ya en su tardía adolescencia fue llevada al psiquiatra mismo que le diagnosticó Esquizofrenia. Esta escritora homosexual y “extraña”, obtendría los grados de Doctora en Historia, Arqueóloga y Reportera, todo sin lograr descifrar el código de la existencia femenina. Es así como decide emprender una serie de viajes permanentes alrededor del mundo en busca de “algo de paz” para su atribulada existencia. Y solo se detendría al perder la vida en un accidente de bicicleta, mientras circulaba en un valle de los Alpes Suizos, cuando sólo contaba con 36 años de edad. Delmira Agustini, en otras circunstancias pero igualmente teñida de tragedia, la poeta uruguaya poseedora de una de las mejores liricas de Hispanoamérica, quien por cumplir con las convenciones de su época y a los 26 años, se casaría sin amor, recurriendo a los pocos meses de casada al legalmente recién estrenado divorcio en su país, con lo cual su cónyuge se vería seriamente ofendido y la asesinaría dándole dos balazos, para después suicidarse él. Y podemos seguir con Marina Tsvetaeva, escritora rusa censurada y expulsada de su país por el régimen Bolchevique, mantuvo la calma gracias a amistades como Rainer María Rilke, Pasternak y Anna Teskova, pero finalmente la soviética acabaría con su vida ahorcándose, en el exilio y la miseria.

Se pueden encontrar casos distintos pero con un común denominador, la subestimación de la mujer ab initio como mujer y después como escritora. Revelador es la historia de Verónica Franco, poeta y cortesana italiana de clase, que vivió el pleno esplendor de Venecia y de quién no sé sabe si utilizaba su oficio de cortesana para poder ser integrada y aceptada en las esferas literarias dominantes de su época, cuya publicación de su primer obra fuera costeada por uno de sus amantes de abolengo. Otra italiana, Antonia Pozzi, una poeta que sufrió toda su vida debido a la indiferencia de su madre y al excesivo control de su padre, uno de los mejores abogados de su época. Y fue su propio padre el encargado de destruir la relación de ella con el amor de su vida, su profesor de latín y griego, así como denostar públicamente y utilizando los alcances de su poder la labor literaria de su hija, hasta que a los 26 años ella ingiere una alta dosis de barbitúricos y se le encuentra muerta en su jardín.

Concluyendo, la mujer en la literatura tiene una historia escabrosa y trágica, aunque esta situación no varía tanto en otros ámbitos sociales, vidas como la de Martha Kornblith y Ana Cristina César lo demuestran. La primera de nacimiento peruana pero proveniente de familia judía, vivió viajando desde niña porque el trabajo de su padre así lo requería. Si bien es difícil vivir de esa forma, a ella parecía venirle bien tanto viaje. Sin embargo, para cuando contaba con 9 años su familia se estableció en Caracas y allí comenzó una historia de aparente normalidad donde se graduaría en Comunicación Audiovisual, profesión que ejercería unos años, hasta los 28 años cuando se le diagnóstica con Esquizofrenia. A la poeta se le sugiere como terapia, extrañamente pero en la práctica muy recurrido, el acercarse a la poesía para volcar en ella sus angustias e intranquilidades, como a Ann Sexton otra gran poeta cuyo psiquiatra le sugiere la poesía como terapia y que también terminaría suicidándose. Martha ante la muerte de su madre agrava en su condición y se lanza al vacío a encontrar la muerte.

Madre /te he confesado que además de/haber enterrado a la muñeca/no he cumplido con tus aspiraciones/de buena ama de casa, madre del hogar,/hijos, nietos, etc./que me convertí en poeta/que es lo mismo que decir/en poeta suicida/y que por eso/juego y seduzco a la muerte
todas las noches./Madre/he de confesarte/que sola/ahora, apenas/persigo cucarachas, / persigo cucarachas/persigo cucarachas,/persigo cucarachas…

Ana Cristina César, mujer bella, radiante e hipersensible; poeta brasileña contundente y poseedora de una lirica del vacío infinito, mujer cuyo caso sea tal vez uno de los más insólitos en la historia de la mujer en la literatura. De corta pero agitada vida, le publicaron su primer poema a los 6 años de edad cuando todavía no sabía escribir. De acuerdo con su madre, Ana Cristina le dictaba los versos mientras brincaba en el sillón, cuando se detenía unos segundos significaba un verso nuevo. No podemos saber a ciencia cierta lo que esa niña de 6 años quería o pensaba. Lo que sí queda es el registro de una existencia turbada y atribulada, de ingresos y salidas de hospitales psiquiátricos y de un dato curioso pero revelador: Que decidiera suicidarse lanzándose al vacío justo el día que salía de una estancia de varios meses en una clínica de salud mental, durante una fiesta de bienvenida que le realizaban en Río de Janeiro y frente a sus padres. No sin antes dejar algunos rastros, como prácticamente todas las escritoras-suicidas en su poesía, los de ella sin embargo visiblemente dedicados a su madre y develan bastantes posibles interpretaciones, pero que sobre todo nos dejan mucho para pensar en torno a esta relación entre mujer, letras y muerte.

“Estoy bonita y es un desperdicio./No siento nada/no siento nada, madre./Olvidaste/mentí de día/antes yo sabía escribir/hoy sólo sé besar a los pacientes/al ingreso y salida/con técnico entusiasmo”. (…)

Cifrada, la mujer viene cifrada de nacimiento, desde su concepción misma, un océano de complejidades le reciben desde su primera bocanada de aire. Poetas, escritoras, activistas, artistas, etc. Mujeres confinadas a resistir, hasta donde a cada una de ellas les es posible y con sus propias particularidades. Mujeres que viven o sobreviven a cada una de sus épocas, a cada uno de sus tormentos o vidas laberínticas: Mujer/es tragedia.





-Del Ing., Ciphered,) Cifrada, Part. de cifrar. Transcribir en guarismos, letras o símbolos, de acuerdo con una clave, un mensaje cuyo contenido se quiere ocultar. Valorar cuantitativamente, en especial pérdidas y ganancias. Compendiar, reducir muchas cosas a una, o un discurso a pocas palabras. Reducir exclusivamente a una cosa, una persona o una idea determinadas lo que ordinariamente procede de varias causas.
-El texto corresponde a las palabras preliminares de una investigación en proceso por la autora.
-Martha Kornblith. Extracto de “Poema por la ausencia de mi madre”, en Oraciones para un Dios Ausente, Monte Ávila Editores, Venezuela, 1995.
-Extraído de “Noite de natal”, en “A Teus Pés”, Brasiliense, Sao Paulo, 1988. Traducción al español Mavi Robles-Castillo.






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